Hace miles de años,  cuando las mujeres y hombres vivian de la caza y la recolección, pasaban largos periodos de tiempo sin comer, utilizando sus reservas de grasa corporal como fuente de energía. Esta información se ha quedado "guardada" en nuestros genes y es por ello que las personas tenemos un metabolismo "ahorrador", la energía que consumimos y no gastamos la guardamos por lo que pueda pasar.

El problema radica en que cada vez tenemos menos capacidad de utilizar estas reservas energéticas porque estamos acostumbrados a comer a todas horas, en mayor cantidad a la que necesitamos y con alimentos probres nutricionalmente pero muy altos en calorías. Si a esto le sumamos que cada vez nos movemos menos, el resultado está claro, nuestro cuerpo solo sabe utilizar la glucosa que le llega por la ingesta de comida o  la que tiene guardada en forma de glucógeno  mientras que las reservas de grasa cada vez se hacen mayores.

Aquí entra en juego la flexibilidad metabólica, que se puede definir como la capacidad que tiene nuestro cuerpo para utilizar, de manera óptima y eficiente, los diferentes sustratos energéticos (glucosa y grasa) según la disponibilidad y la actividad física.

¿Y esto que quiere decir en realidad?